Saturday, June 9, 2012

Punto y coma sobre el plano. Reflexiones sobre la escritura en el campo reducido

1. a). b). 2. a). b). 3. a). b).

Sentarse a escribir es una de las primeras (sino la primera) tareas que nos ponen en la vida. Sea cual sea el idioma, el acto de poner el pensamiento en el papel requiere de un mínimo de organización. Algo sumamente lógico ya que ante todo la escritura es un sistema. Ojo, eso no quiere decir que sea algo hermético, todo lo contrario. La escritura, al igual que los números, es infinitamente flexible e inacabable. ¿Una prueba? No solo es posible, sino también muy fácil, sustentar una mentira tanto con números como con palabras. Yo “aprendí” a escribir con el sistema: la M con la A, ma. Y aprender a leer y aprender a escribir fueron cosas que sucedieron al mismo tiempo y en ese momento parecieron lo mismo. Y algunos desarrollamos una real adicción por la lectura. Y nos enamoramos de las palabras. Y de vez en cuando nos preguntamos: ¿Por qué? Lo curioso del asunto es que cuando llega la hora de escribir es imposible no preguntarse ¿Cómo? No lo voy a negar, yo en el colegio no aprendí la diferencia entre un diptongo un triptongo y un hiato, mucho tiempo después me enteré de que tenia una ligera dislexia. Tampoco aprendí a hacer resúmenes, ni a escribir ensayos y ni hablar de cuentos y otras categorías más exigentes. De pronto fue que me lo ensenaron y no me di cuenta… no sé. Durante mucho tiempo me dije que mi dificultad para escribir es que no sabia cómo hacerlo. Supongo que imaginaba que había una fórmula mágica o una especie de epifanía búdica que me haría producir el texto del siglo. Y leyendo y leyendo ese cómo se fue haciendo más complejo y más lejano. Me volví sensible a esas astucias de los escritores imprudentes y apasionados que nos parecen irreales y reales al mismo tiempo y empecé a pensar que la dificultad en la escritura residía precisamente en su inmensa versatilidad. Recuerdo un profesor de la universidad diciéndonos “no es el qué ni el cómo sino el qué y el cómo”. En pocas palabras, para cada tiesto su arepa. Eso es lo que los hace únicos. En éste momento de mi vida me enfrento a un problema de dimensiones astronómicas. Las palabras no me fluyen como yo quiero. Es por eso que decidí escribir este texto en una sola sentada y en un solo párrafo. Por la simple razón de que es la antítesis de lo que voy a contarles. Resulta que en Francia, cuando uno entra a una universidad, descubre que la producción escrita y oral de los alumnos está cuidadosamente codificada. El discurso debe estar estructurado en una forma matemática algebroaristocrática. Organizada, eficiente, medida. Es el TOC de la escritura. Para explicarme más claramente la cosa funciona así: A uno le dan un tema al cual hay que encontrarle EL lado chévere para poder hablar de el. Los franceses lo llaman problemática. Lo es. Señor Problema. Resulta que existen problemáticas buenas y problemáticas malas por no decir correctas e incorrectas y darle un carácter polémico a mi texto. ¿Es esto una limitación del análisis? “No”. Todo depende de la sustentación que le des a tu problemática. Volvemos a la forma. Una sustentación correcta debe estar estructurada lo más cercanamente posible a la siguiente fórmula: Hay que elegir y delimitar un campo lexical. Buscar las palabras apropiadas para el tema y lo que quieres decir. Limitar el léxico. ¿Qué QUÉ? ¿1984? Sí, pero esa solo una de las formas de verlo. Luego, siempre yendo de lo más evidente a lo menos evidente ¿Evidente para quien ah? ¿Para quién? Hay que dividir el discurso/argumentación en tres partes. Primera parte. Segunda parte. Tercera parte. Y cada una de esas partes dividirla en dos partecitas. A eso se le suma una introducción al comienzo (para presentar el tema y la problemática de manera breve) y una conclusión en la que firmas con tu sangre la respuesta a la problemática que planteaste. Punto. Esto aplica para la mayoría de temas. Dependiendo del campo las partes son organizas de formas distintas pero en pocas palabras es el mismo trigo así sea crep croissant o espagueti. La clave esta en el plano. Porque es el plano a seguir y porque literalmente es plano. Es un molde plano a la forma perdida.  Yo entiendo que para poder liberarse hay que conocer, manejar y dominar los limites. Para poder saltar primero hay que estar de pie. Y de pronto todas mis eternas búsquedas de cómos para miles de textos que quedaron inconclusos fueron simplemente el resultado de que pretendía saltar sin siquiera saber lo que era estar de pie. Podría alargar este texto soltando la pregunta madre de todas las discusiones útilmente inútiles: ¿y cual es la definición de estar de pie? Touché. Los limites son necesarios. El marco y la forma son los que sostienen el contenido. Pero hay una infinidad de temas ¿Por qué aplicarle la misma fórmula a todos? ¿Será que es una fórmula multiusos? ¿Será que es el equivalente a la “talla única” de la ropa en promoción? Por algo será que lo llevan haciendo en Francia desde que el ochenta es cuatro veces vente (desde los celtas). Saint André Chastel y Sir Daniel Arasse no escriben así. ¿Pero acaso no es esta la época de gente única? Marcos para cada ocasión para cada persona. Creado con respecto a tus necesidades. Especialmente para ti. ¿Y yo? ¿Qué carajos tengo yo que ver con los celtas? Todavía me demoro cinco segundos más que el resto de mis compañeros de clase cuando toca anotar una fecha ¡Mi más grande temor es que me hagan un examen oral sobre una cronología! ¿Será que el hardware y el software son incompatibles? ¿Quién es el duro y quien es el blando? ¡No me va a ganar la batalla! Es un excelente ejercicio. ¿Lo es? ¡Claro! Te estructura el pensamiento. Hasta ahora vengo a darme cuenta que tenia el pensamiento des estructurado. Ahora entiendo lo que siente Mafalda. Puede que sea paranoia. No. Cuando preparo un texto o una exposición hay voces que me dicen ¿Y esto que quiero decir dónde lo meto? Aquí puede ser. Aquí también. Es esquizofrenia. ¿Por qué tengo que meterlo dentro algún lugar? ¿Por qué no simplemente puedo decirlo así: como está y donde está? Después va a cambiar de significado. Va a ser menos eficiente. Va a perder precisión ¿Precisión? ¿No se supone que estás defendiendo todo lo contrario? Mi idea se va disminuir. Le he reducido el espacio. El campo de acción. Esos pequeños centímetros de libertad que la dejan flexible y expuesta a las criticas. Soy el Poncio Pilato de mi idea. La pobre se asfixia y me grita como a lo Conrad “¡El horror!”

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La obra que escogí para abrir este blog es la Archibasílica de San Juan de Letrán en Roma. ¿Por qué? Simplemente porque fue la primera obra que vi este primer año de estudio de Historia del Arte en La Sorbona y porque me dio un golpe más duro que la primera entrega de abstracción en Los Andes.

Se trata de una iglesia paleocristiana construida probablemente durante el reinado de Constantino y el Papa Silvestre primero, más o menos entre el 306 y el 337 después de Cristo. Este es muy seguramente el primer edificio público que tuvo el cristianismo ya que las persecuciones romanas hacia los católicos terminaron de manera formal durante esta época y antes la liturgia era llevada a cabo en secreto y probablemente en tumbas. La Archibasílica retoma el plano de la Basílica, un tipo de inmueble romano destinado a las audiencias públicas del rey. El edificio ha sido reconstruido a través de los siglos y es poco lo que queda de la Basílica original. Es un objeto sumamente interesante nadie lo va a negar y sin embargo lo primero que pensé cuando vi la diapositiva fue: “de todas las cosas con las que hubiéramos podido empezar tenían que salirme con esto”. No puedo negar que en asuntos religiosos estoy muy lejos de hablar de una manera objetiva. El solo hecho de ver a una monja hace que me hierva la sangre. Evidentemente el que esa fuera la obra con la que empezaba mis estudios de Historia del Arte desarrolló en mi bastante escepticismo. Si así empezamos, empezamos mal.

Pues resulta que del catolicismo éste era solo el comienzo y como al que no quiere caldo se le dan diez tazas durante todo el año me tuvieron a punta de Iglesia en Cruz Griega inscritaBasílicaCatedralCapillaCristo PantocratorCristo en la CruzVirgen con el NiñoCoronación de la VirgenCristo en la columna,  Asunción de la VirgenHuida a EgiptoPresentación en el temploFlagelaciónAdoración de MagosCiclo CristológicoCrucifixiónLas bodas de CanáLa Ultima Cena y la lista continua sumándole el quórum de santos y todos sus atributos. Por ende de un momento al otro me encontré estudiando: Iglesias, sillas, sarcófagos, altares, mesas y me dije “Dios mío ¿qué carajos es esto?”

Cuando uno llega con la cabeza ligeramente menos vacía que la de los demás es más difícil tragarse el cuento de que lo que te están mostrando es una obra de arte. El conocimiento es una cosa increíblemente maravillosa porque protege y estorba al mismo tiempo. Fue ahí, en medio de ese via crucis iconoclasta, que la pregunta sobre qué es una obra de arte apareció.

En el momento en que empecé a estudiar Arte en La Universidad de los Andes (después del colegio) jamás me cuestioné si lo que me estaban mostrando los profesores era una obra de arte o no. Sin importar cuan nuevo o raro fuera todo para mi, todas las obras entraban dentro de esa categoría y si me generaba problema era muy seguramente porque yo no lo entendía o porque creía que había que entenderlo. Al final de la carrera lo más lejos que llegué cuando me mostraban una obra fue a decir “me gusta” o “no me gusta” y a dar un porqué medianamente decente. Por supuesto que sostuve muchas veces el debate obligado de ¿Cuál es la definición de arte? Al principio con mucha inseguridad y timidez y luego con un dejo de incoherencia, pero cuando llegué a La Sorbona y me salieron con esto yo simplemente me dije “esto no es el tipo de cosas que me habían mostrado como ejemplo de obra de arte”. 

Entonces caigo, como Alicia dentro del hoyo, dentro de un espacio algo particular. Me di cuenta que jamás me había cuestionado sobre lo que para mi era una obra de arte. Creo que necesitaba una comparación así de drástica para darme cuenta de la profundidad del problema. Esto iba más allá que todas aquellas discusiones sobre qué es Arte o arte o como quieran. ¿Qué pasaría cuando me tocara escribir un texto sobre un objeto el cual yo no considero como una obra de arte? El Gran Vidrio de Marcel Duchamp que vi en mis primeras clases en Los Andes esta tan lejos de esta iglesia… Por qué cuando vi el primero me dije ¡obvio!  Y cuando vi el segundo dije ¿Qué putas?  La respuesta se ha ido dibujando muy lentamente. Debo confesar que el que se me haya despertado un sentido critico de manera tan racional y contundente me alegra mucho, después de mi primer año sigo permaneciendo escéptica. A veces siento que me gustaría tener la mente tan abierta como cuando entré a los Andes, a veces me gusta esta selección natural. Reconozco que me es más fácil con las obras que nacen con el rotulo puesto y no con aquellas a las que se les ha impuesto, pero siempre hay sus excepciones en cada una de las dos situaciones. Es una afirmación un poco banal pero no es tan evidente como parece. Me cuesta trabajo entender, aun conociendo el contexto, como ciertos objetos llegan a estar ahí en la pantalla del anfiteatro. Me cuesta más aun ver objetos tan distintos todos en el mismo espacio. Es por eso que lo más valioso sigue siendo la pregunta ¿Qué es para mi una obra de arte? Ella hace que mire de una forma diferente, ella completa mi sed de saber qué pasó con ese objeto maravilloso. Ella me mantiene, como me dijo un amigo, siempre un paso atrás. 




En estos días estaba leyendo Historias de pinturas que es una compilación de ensayos de Daniel Arasse, y él decía  en su ensayo La pintura como pensamiento no verbal: "Yo hago historia de la pintura no historia del arte". Si algo me ha quedado claro después de muchas reflexiones al respecto es que a mi me gusta el rotulo de “obra de arte” Me seduce su misticismo, me gusta mucho su carácter diferenciador, me impresiona el poder que tiene.

Ser consiente de esta problemática es lo que me motiva a escribir este blog. Porque en este momento cuando me muestran una obra de arte, en clase, en una exposición, en un libro, de ayer o de hace más de cinco mil años, es imposible para mi no preguntarme: ¿Lo es?